
Fotografías: Óscar Dacosta
Roi Palmás/Kiev
Lo de menos estos días es el nombre de la escuela. Lo que cuenta es que no hay niños. Donde siempre retumbó el ruido de la sangre joven, hoy hay un incómodo silencio que acrecienta la sensación de frío que ya se ha metido en los huesos. Nos acercamos sigilosamente y en una vieja placa descolorida por el paso de los años se puede leer que nos servirá como ejemplo la escuela de la aldea de Nebelitza.
Un candado cuelga del centro de la puerta. En el estrecho zaguán, a la derecha, una bicicleta a la que le han ido remendando todas sus partes y de frente, un aula cerrada. La gripe, o mejor dicho la amenaza de una gripe masiva, obliga al centro educativo a presentarse con un halo fantasmagórico. Al fondo del pasillo encontramos la mirada clavada de una señora de unos setenta años que busca respuestas. Nos identificamos y nos abre las puertas. Lo primero que reclama nuestra atención no es la decoración. El suelo de la clase está en pendiente. Difícil precisar la inclinación pero recuerda a las aulas magnas de las universidades, aunque sin púlpitos ni tarimas. Las ventanas originales se han ido carcomiendo y en una de las fachadas lucen algunos plásticos que intentan que no se fugue el calor de la calefacción.
Las mesas empleadas viven en esta escuela una segunda juventud. Las tomas de corriente descubren que antes fueron superficies de trabajo en alguna fábrica pero con los retoques necesarios se han convertido en pupitres. Si no fuera porque el encerado está tan usado que ya casi no se puede escribir encima, podría llegar a pasar desapercibido.
A la señora del principio, nuestra guía, se han ido uniendo algunas más de su quinta. Señoras muy mayores que resultan ser el claustro del profesorado. La perplejidad de nuestras caras revela que no entendemos cómo ellas están al frente de la educación del ucraniano medio del mañana, sobre todo cuando nos certifican que ya están jubiladas. “Lo hacemos por los niños, porque si no damos clase nosotras, no las dará nadie”. Espeluznante, porque el día que ellas no puedan (no tan lejano), todas las miradas se posarán sobre los padres para ver si alguno de ellos se atreve con la responsabilidad de formar a los estudiantes en la materia de la vida.
Seguimos con el recorrido y paseamos por las clases desiertas. Imaginamos a niños de diferentes edades recibiendo las nociones más básicas. El “salón de usos múltiples” y el gimnasio están instalados en el patio, al aire libre, rodeado de casas abandonadas donde lo único que se mueve es el frío viento que azota con ira las tejas.

Hola chicos:
ResponderEliminarSoy Chus Älvarez y os mando un caluroso saludo desde Centroamërica. Loreto y yo seguimos como podemos vuestro blog, ya que nuestra jornada laboral estä siendo los ültimos dïas de 14 horas.
Queremos felicitaros por vuestro trabajo y animaros a que continueis colocando entradas tan interesantes en el blog.
Un saludo desde Guatemala
Para mí no hay nada más doloroso que ver una escuela abandonada! De alguna manera es ver el futuro muerto, la educación y formación de niñs tirada al tacho de basura. Toda una pena,.
ResponderEliminares horrible la verdad, una escuela vacia es como ver el futuro de una sociedad decadente que se va directamente a la nada sin que nadie pueda hacer, una donde aquellos que tengan poder manejaran todo gracias a la ignorancia de aquellos que los eligieron.
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