martes, 24 de noviembre de 2009

ΑΓΑΡEСО B ЧEРНОБЫЛE (AGARESO EN CHERNÓBIL) I



Fotografías: Óscar Dacosta

Roi Palmás/Chernóbil

Chernóbil no es ese profundo agujero rodeado de campos arrasados por una explosión nuclear que todos nos hemos imaginado alguna vez. De hecho, lo sorprendente es que no tiene nada que ver con eso porque es todavía más sobrecogedor. Quizás, si todo lo que se pudiese ver fuese la profundidad de una cavidad horadada en el suelo, la historia no sería como realmente fue:

A las 01:24 horas de la madrugada del 26 de abril de 1986 se declaró un incendio en el reactor número 4 de la central nuclear de Pripet, la ciudad modelo construida a los pies del imponente complejo generador de energía. Hoy en día, 23 años y medio después, sigue sin haber una versión oficial de lo que realmente ocurrió aquella noche y que definitivamente cambió el curso de la Historia y de la historia de muchas gentes. En aquella velada algo salió caprichosamente mal. La cubeta que debería haber girado correctamente para poner a salvo el material radioactivo se quedó a medio camino de completar el protocolo. Se supone que fue debido a un fallo en el mantenimiento y por ello los máximos responsables de la central fueron condenados a diez años de prisión, aunque no cumplieron la pena íntegramente.

Aquella noche los bomberos fueron los primeros en acceder al recinto. Su única protección fueron unas mascarillas que tapaban como podían las vías respiratorias, pero que les exponían sin remedio a la mayor radiación directa que posiblemente un ser humano haya podido experimentar. Un enorme monumento rinde tributo a estos héroes fallecidos bajo el lema “Dedicado a los que salvaron el mundo”.

A partir de ahí comenzó el caos. Todas las decisiones se tomaban desde Moscú. Un funcionario decidió establecer un perímetro de seguridad de 30 kilómetros a la redonda. Las carreteras que conectaban Pripet y Chernóbil con Kiev y otras poblaciones han quedado cortadas por el Gobierno desde entonces y salvo los que posean un permiso especial, el resto está obligado a dar un rodeo para poder visitar la zona.

En las jornadas siguientes a la catástrofe todo fueron informaciones erróneas y contradictorias. Desde el poder se intentaba poner calma entre la ciudadanía para que la opinión pública no diese la voz de alarma. Los dirigentes decían abiertamente que no había peligro real para la salud pero se apresuraban a exiliar a sus familiares a zonas alejadas. Cuando no hubo más remedio que reconocer públicamente la magnitud del siniestro, se procedió a la evacuación en bloque. Unas 200.000 personas de 94 poblaciones diferentes tuvieron que dejar toda su vida atrás de la noche a la mañana. Los edificios quedaron vacíos, las calles desiertas y todos los enseres tal y como habían sido utilizados por última vez.



El Gobierno recolocó a esta marabunta por toda la URSS, pero meses después, dos millares de vecinos de Chernóbil y las aldeas cercanas decidieron regresar por su cuenta y riesgo. Se negaban a vivir en la estepa cuando se habían acostumbrado a sus campos y sus animales. La radiación y sus peligros pareció ser lo de menos para ellos. Algunas aldeas estuvieron habitadas durante años por cinco o seis vecinos. Alguna, incluso, por un solo habitante.

A pesar de que está prohibido vivir en Chernóbil, el poder hace la vista gorda, especialmente el Ministerio de Situaciones Extremas, que es la máxima autoridad en la zona, aunque realmente les tiene completamente olvidados a su suerte. Una vez al mes un funcionario les lleva el correo y las pensiones que cobran. Cuando el tiempo lo permite (y en invierno nunca lo permite), un camión les vende víveres y bienes de primera necesidad y una vez al mes un autobús les permite acercarse a otros pueblos para ir al mercado. Así viven los que son conocidos como “los últimos mohicanos”.

Sensaciones
Viajar al epicentro del desastre supone un reto. De camino, una fría e incómoda bruma nos acompaña insistentemente. El camino es más tortuoso que largo. Apenas nos cruzamos con coches en dirección contraria y de pronto, descubrimos la barrera que indica que estamos a 30 kilómetros de distancia. El famoso perímetro de seguridad.

Como todo es nuevo, aunque realmente lleva años anquilosado, abrimos bien los ojos y sobre todo la mente. El final del otoño ayuda a que las imágenes sean más inhóspitas y más crudas. Árboles desnudos que forman auténticas selvas. Casas semiderruidas unas y muy deterioradas las demás. Extensiones de campos yermos y un ambiente plomizo, tanto en el suelo como en el aire.

De camino al reactor número 4 nos enseñan el cementerio de barcos, sobre el río. Toneladas de metal escorado flotando a duras penas para no hundirse del todo. A lo lejos, más barcos, y en el ambiente, sentimientos de pena y curiosidad por seguir averiguando detalles, a partes iguales.



Nos plantamos ante el famoso reactor. Un sarcófago de hormigón recubre como puede ese kilómetro cero que tantas vidas ha arruinado. Por fuera no impresiona tanto como debiera por su importancia pero nuestra osadía por estar más y más cerca pronto es reprendida por los guardias que vigilan los alrededores.
Nos vamos, lo dejamos atrás. Nos impiden filmar y fotografiar el resto de la central que todavía funciona y nos trasladan a Pripet.

Las calles están vacías. Los edificios tienen las puertas abiertas. Todo ha sido contaminado aunque ahora mismo no hay peligro real. Algunas fachadas están caídas y se puede ver el interior de las casas y los restaurantes sin necesidad de subir las escaleras. Cuando nos damos cuenta, lo único que se escucha es el ruido de cristales rompiéndose bajo nuestras botas. No hay gente, no hay animales, no queda ningún coche y nada funciona. Las goteras que poco a poco van inundando el bajo de la casa de la cultura pasan desapercibidas entre tanto desastre. Nos cuentan que hubo quien quiso (y logró) saquear todo aquello poco después del desastre. Ahora está prohibido tocar y mucho menos quedarse con algún recuerdo.

La sensación que tenemos es que el tiempo se ha detenido y que las manecillas de todo este gran reloj se han oxidado de no caminar. La noria ha quedado en la misma posición que tras su última vuelta. No hay nada. Solo unas bayas de color negro y otras de una atractiva tonalidad roja han querido demostrar que hay vida después de Chernóbil.


Para asimilarlo por completo hace falta tiempo. Los que han conocido Pripet antes de la contaminación masiva, probablemente necesiten algunos años más porque el pasado nada tiene que ver con lo que hoy en día sobrevive a duras penas en los alrededores.

11 comentarios:

  1. Enorme trabajo de aproximación a un realidad social que ahurrino vidas y vidas de personas; condicionó las capacidades de las siguientes generaciones y no hubo más que un obsesivo intento por cerrar los ojos ante el accidente más irresponsable de la historia industrial de Europa. Siento el frio y oigo el rechinar de las puertas con las brisagas decoradas de óxido. Gracias Roi por utilizar los canales de Agareso para trasladarnos la modo de vida en un irrecuperable escenario como este. Un abrazo para Oscar...

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  2. Has logrado que sintiese un palpitar muy intenso y casi llegar a verme en tu situación. No sé cómo lo haces, Roi, pero trasmites las sensaciones de una forma tan cercana que por unos momentos estaba en un Chernobil que para mi también resultó totalmente diferente a la imagen que había generado en mi cabeza. Parece increíble la desinformación que llegamos a tener de catástrofes tan relevantes como esta. Las fotos, inmejorables.

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  3. Roi, Óscar... que cojones le echáis (con perdón).
    Es que hay que tener valor para meterse allí.
    Traedme una piedrecita de allí de recuerdo (la descontaminaré, claro).
    Impresionante.

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  4. Enhora buena chicos!!!!!!!!!, estais haciendo un trabajo magnífico. Nosotras ya hemos regresado de Centroamérica hace un par de días y estoy leyendo con calma todos los post y la verdad que no puedo hacer otra cosa mas que felicitaros por vuestras profundas crónicas y fotos. Chus Álvarez.

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  5. vale, nos contais la historia (algo que ya puedo leer en la wikipedia) y las impresiones personales de un turista. y como reporteros? alguna información nueva que ofrecer al mundo? algún dato?

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  6. Me parece que si este internauta que se escuda en el anonimato hubiese leido detenidamente las entradas de este blog no haría este comentario tan fuera de lugar. ¿Como reporteros? Pues nos lo cuentan todo, todo lo que han vivido y a lo que han tenido acceso. No sé si se habrá dado cuenta el autor de este comentario de que estos dos reporteros fueron a Ucrania a visibilizar la impresionante labor de ayuda humanitaria de un colectivo gallego. Y lo han hecho de una forma intachable. Y, encima, nos regalan estos testimonios de Chernobil y otras realidades del país... No creo que nadie pudiese haberlo hecho menor ni con más ganas.
    Natalia

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  7. Pois eu xustamente me estaba preguntando que ten que ver unha visita turística ó Chornobil e a Pripyat co labor humanitario. É unha pregunta sen malicia, non me entendades mal...

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  8. Recuerdo claramente cuando paso lo de chernobil, para mi fue un gran desastre, mucha gente afectada por la radiacion, hoy en dia segun lei aun se ven efectos de esa tragedia.

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  9. Me parece tas ridiculo que como humanos creamos ser capaces de tener controlado este tipo de energia, y lo peor de todo es que personas inocentes tengan que pagar con su vida los errores de idiotas que creen tener todo bajo control.

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  10. Que buen post, la verdad es que se ve bastante tenebroso ese lugar. Sin embargo, lo que mas me impacta es lo que ocurre con las familias que hoy dia, sufren por ese accidente, aun quedan muchas secuelas de la catastrofe. Me parece que el mundo, especialmente los paises que trabajan con energia nuclear deberian re-pensar todo, y plantear nuevos objetivos dejando de lado este tipo de energia, ya que es muy peligroso. Para muestra... un boton

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