jueves, 19 de noviembre de 2009

La cara y la cruz de la vida




Fotografías: Óscar Dacosta

Roi Palmás/Kiev

Tamara Luva tiene dos hijos. Vive en una zona donde no llegan los ecos de los grandes coches que transitan las principales avenidas de Kiev. Los problemas que ocupan su cabeza se centran en dar estabilidad a su atípica familia. Junto a ella y a su prole, viven tres pequeños más. Realmente no es su tía carnal, aunque ahora mismo tiene los galones suficientes como para considerarse la madre de todos ellos.

Los padres biológicos de los niños murieron hace años. Vivían todos juntos en otra ciudad y la muerte destrozó literalmente su tranquilidad y sus vidas como quien agita un pelele sin compasión. En casos similares el perfil de estos menores les condenaría a buscarse la vida en la calle a temperaturas bajo cero o a acceder, en el mejor de los casos, a un orfanato. Pero Misha, Alejandro, Vladimir, Igor y Elena son ahora una familia feliz, a pesar de todas las adversidades.

El mayor tiene 18 años y el más pequeño, la mitad. La habitación es amplia, equipada con literas, no hace frío y lo cierto es que se les ve creciendo sanos y fuertes. Lo que ocurre es que las cosas no han sido siempre así. Cuando llegaron no había nada. Los niños estaban literalmente traumatizados con la desaparición de sus padres. Su vida se agitaba y no había lugar a demasiadas explicaciones. Uno de ellos tiene distrofia y coger el ritmo del resto de compañeros en clase fue, cuando menos, complicado para todos.

Sus mayores necesidades se han centrado desde que son una unidad familiar en ir acondicionando una casa vieja que en el patio exterior cuenta con dos pequeñas construcciones similares. La más cercana al hogar es un granero para almacenar reservas de comida. La otra, situada en la otra punta de la propiedad, es el cuarto de baño. La única diferencia entre ambas es un pequeño hueco abierto de ventilación en la pared. “Todos los gastos se nos van en los arreglos de la vivienda y no queda nada para comprar ropa y calzado”. El duro y famoso invierno ucraniano está a punto de llegar y se avecinan meses complicados. Aún así, hasta Nora, la peluda mascota que juguetea con ellos en la habitación, ha asimilado el lema que la matriarca ha inculcado a este hogar. “Estamos todos vivos, tenemos salud y por eso damos gracias a Dios”.

A pocos kilómetros de este hogar que crece hay otra realidad bien distinta. Hasta 14 personas conviven repartidas en 3 habitaciones. Los malabarismos aritméticos para encontrar una combinación lógica son inútiles, sobre todo, cuando hay una embarazada en la familia. Pronto serán una quincena de bocas que alimentar. La entrada de la humilde casa hace las funciones de despensa y trastero. No hay agua caliente y el único cuarto de baño de la casa nunca es suficiente. A la hora de pedir que prioricen sus necesidades –algo realmente complicado– se ruborizan y dicen que lo más urgente serían literas y una mesa para que los niños puedan hacer sus deberes. Lo de renovar el sofá que ha dado cobijo durante cientos de noches a los inquilinos de la casa queda para una mejor ocasión y con él, las necesidades de los adultos. “Lo primero siempre son los niños…”

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