viernes, 20 de noviembre de 2009

Ganna, el vademecum de Mirivka




Fotografías: Óscar Dacosta

Roi Palmás/Kiev

Si hay alguien que no puede sucumbir ante la enfermedad, esa es Ganna. La señora Misnik es probablemente una de las piezas claves para el entramado social de Mirivka, una de las partes importantes de la provincia de Kagarlic. Se trata de la última y por lo tanto, la única doctora de la zona.

El modesto ambulatorio que lidera es el de centro de referencia para 2.200 personas de cinco aldeas diferentes. Aparcar en la puerta de este “complejo” hospitalario es entender que las quejas más repetidas en el entorno sanitario de otras latitudes se quedan simplemente huecas de significado a este lado de Europa. La sensación térmica en el exterior es realmente adversa. Ganna sale del edificio con un acentuado sombrero porque incluso dentro se deja notar el frío.

Nos cuenta que hubo un tiempo en el que su centro de salud tenía el doble de superficie y que la construcción que sigue en pie al otro lado del camino actuaba como complemento asistencial. Sin embargo, el hecho de que cada vez nazcan menos niños (mientras hace 10 años se contabilizaban una treintena de alumbramientos, ahora esa tasa no supera los cinco) y que las dificultades económicas se hayan ido acentuando marcadamente, han provocado que las luces y la actividad se vaya apagando poquito a poco.

Lo que quizás más nos llama la atención es la furgoneta que hace las funciones de ambulancia. La unidad móvil asistencial con la que cuenta este centro es un modelo de hace cuatro décadas. Donde en otros lugares existe un completo quirófano medicalizado portátil, aquí, en Mirivka, hay dos asientos, un banco de madera y una camilla de tela que recuerda más a la Segunda Guerra Mundial y a los hospitales de campaña que al vehículo de urgencias. Además, sobre el ondulado y abollado suelo de metal donde deben ir los enfermos y las parturientas, se arremolinan aperos de labranza y rastrillos oxidados, lo que sin duda no invita precisamente a ponerse enfermo. Con una sonrisa de resignación nos dicen que en caso de un traslado de urgencia, este puesto base cubre zonas alejadas de hasta 45 kilómetros de distancia del hospital central. La siguiente pregunta es ¿a qué velocidad puede conducir esta ambulancia? y la respuesta es, precisamente, “a unos 45 ó 50 kilómetros a la hora”. Esto quiere decir que, en el mejor de los casos, un paciente de urgencia tardaría sesenta minutos en llegar a destino, tiempo más que suficiente como para perecer en el intento o para dar a luz por el camino. Si a ello sumamos el estado de las carreteras, zurzidas de baches y charcos embarrados, el resultado es todavía más desalentador.

Pero el territorio y el milagro diario de Ganna no acaba ahí. Su ambulatorio no tiene agua corriente. De hecho hay que salir al exterior para subirla a mano de un pozo cercano. Es la vara ideal para poder medir el estado general del contexto. La doctora, la que mejor conoce a sus vecinos por dentro y por fuera, trabaja en medio edificio. La otra mitad ha sido cerrada con una falsa pared para que la calefacción existente se concentre en la mitad de metros cuadrados, ya que las facturas eran inasumibles. De todos modos pedimos visitar la otra parte, la desangelada, y efectivamente la atmósfera es tan gélida como imaginábamos.

El resto del mobiliario lo conforman plásticos en las ventanas para combatir el invierno, butacas similares a las de un viejo cine desmantelado para las esperas y un invento casero a base de chatarra para calentar los grandes radiadores de las estancias: Un cable metálico enchufado a la corriente sumergido en un caldero con agua. Así se trabaja o mejor dicho, así se tiene que trabajar.

Pero a pesar de todo, la dignidad que le imprime Ganna es más que suficiente como para estar orgullosa. Cuenta con su laboratorio, con su zona de fiosioterapia, su dispensario farmacéutico y su zona infantil. Además puede albergar a pacientes, aunque solo de día. Es por eso que la doctora Misnik es la especialista, la psicóloga, la curandera y la druida de toda la comunidad. Es el alma máter y también el Vademécum que nunca se puede poner enferma.

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