miércoles, 25 de noviembre de 2009

Los príncipes de la calle


Fotografías: Óscar Dacosta

Roi Palmás/Kiev

Las historias que a continuación se relatan son parte del pasado reciente de sus protagonistas y de hecho, hieren la sensibilidad de cualquiera que tenga corazón. Lo que les une a todos ellos es que hoy en día viven perfectamente socializados, están en el seno de una familia y sus ojos brillan porque simplemente son felices.

Hubo tiempo en el que todos ellos vivieron asustados, temerosos y al margen de la sociedad. Muchos de ellos robaban y comían o dormían cuando y donde podían. Sus personalidades se hicieron deprisa, a la defensiva. Todos ellos tardaron días, semanas en fiarse de alguien que le tendiese la mano sin necesidad de levantársela. Sus padres biológicos responden al perfil de: muertos, desaparecidos sin dar explicaciones, alcohólicos, drogadictos, proxenetas o violentos. Algunos, la inmensa mayoría, pasaron por uno o varios orfanatos donde las cosas no mejoraban y todos se vieron durmiendo al ras, sin un futuro. Esnifar pegamento, fumar o ingerir bebidas alcohólicas formaba parte de su día a día o del de sus amigos y compañeros de viajes. Los príncipes de la calle en Ucrania, bien podrían ser “Los pequeños zares de la calle”…

VLAD

Vladimir llegó a la normalidad hace tres años. Ahora tiene 9 y se puede decir que durante los seis primeros de su vida ha visto todo lo negativo que le correspondería durante toda su existencia y mucho más. Ha sido testigo de maltratos continuados, de un caso de fuerte alcoholismo en casa y hasta ha tenido que presenciar cómo su madre se prostituía. Todo eso le ha labrado una personalidad impactante para un cuerpo tan pequeño. La mirada la tiene fría, dura y desafiante. Cuando llegamos, tomó la iniciativa y no vaciló en preguntar si éramos de una inspección. Ahora es el líder. Los demás le respetan como tal y ha conseguido ser el ayudante primero de su nuevo padre adoptivo. El primer día, cuando llegó a su nuevo hogar, empleó las dos primeras horas en romper y destrozar todo lo que estuvo a su alcance. Sus notas fueron pésimas en su vuelta a la escolarización y tuvo en jaque a la familia y al claustro de profesores. Hoy en día está muy apaciguado. Saca buenas notas y no da problemas. El objetivo es que Vlad llegue a poder olvidar todo lo que ha visto con esos ojos que llegan a hipnotizar si los miras durante demasiado tiempo.




JANETTE

Janette tiene ahora 18 años, unas notas de envidia y el corazón pleno de felicidad. Su madre biológica era ucraniana. Su padre, de Mozambique, aunque murió hace años. La primera acabó en el mundo de la prostitución después de dar a luz a cinco pequeños, que fueron separados por las autoridades y repartidos por diferentes orfanatos. Lo que los unía era la sangre, el color de la piel y que todos eran tan cerrados como desconfiados con los demás. “Apenas hablaban y tenían la mirada rota”, recuerda Víktor Kulbich, uno de los artífices de que su vida haya dado un vuelco.

Para mayor sufrimiento, Edmon, uno de los cinco hermanos, murió de un tumor cerebral. Janette pasó de ser la hermana mayor, a la madre circunstancial de los demás para, ahora, de nuevo, ser una más dentro de una nueva familia. Los cuatro vástagos de aquellos dos progenitores iniciales se han vuelto a reunir, son felices y tienen cuatro hermanos más, muchos de ellos, salidos de las mismas frías calles y orfanatos ucranianos.




VERA

La tercera protagonista ya no es una niña. Vera tiene 23 años, aunque su apariencia exterior es de alguien mayor. Sentada, como la encontramos, nadie diría que estará atada a unas muletas de por vida. Cuando tenía 11 años su madre murió. Ella subsistía como mejor podía y como tantos otros niños se colaba en los trenes de mercancías para ir cambiando el área de influencia. Se creían inmortal, lejos de las ataduras de las reglas sociales. Un día, en uno de esos trenes, algo la sobresaltó. Tuvo que saltar. Lo había hecho miles de veces, aunque ese día, precisamente ese día perdió el pie derecho para siempre. Ahora ya no consume drogas, ya no está enganchada al pegamento y ya no bebe. Ahora, lo que hace es ir a la sede del Ukranian Center of Christian Cooperation para ayudar a los que ahora tienen 11 años y quieren saltar de los trenes en marcha.

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