domingo, 22 de noviembre de 2009

'Tesoros escondidos'

Fotografías: Óscar Dacosta

Roi Palmás/Kiev

Kiev se divide en dos: el territorio sobre la faz de la tierra y el que se mueve por sus entrañas. A decir verdad no se sabe bien cuál tiene más vida o más encanto. Las anchas avenidas del epicentro neurálgico de la ciudad aconsejan cruzar los carriles por los pasos subterráneos. Esa entrada al “inframundo”, que no es tal, invita a apurar el paso y a abrir bien los ojos. Mientras en otros metros del mundo lo habitual es ver a artistas exhibiendo sus sapiencias adquiridas con algún instrumento, aquí, en Kiev, además, hay una segunda ciudad no menos atractiva que la que sale en las postales.

Se puede encontrar de todo o por lo menos de casi todo. Comida, bebida, ropa, calzado y tabaco se reparten la atención de los transeúntes con otros artículos de primera, segunda y hasta tercera necesidad. Todo está al alcance de la mano, a unas pocas grivnas de distancia de llevártelo a casa. Hemos visto ya personas que venden pescado fresco en las entradas, seco en los bajos fondos y marisco en las escaleras. Hay plantas, flores y fruta para los vegetarianos. Fiambre y embutidos para los que gusten de los típicos ahumados. Hay recuerdos, hay prensa y hay pósters de futbolistas famosos.

El bullicio es el propio de las paredes que separan las vías ferroviarias de corta distancia de la superficie. Lo mismo puedes cruzar la ciudad y acabar volando sobre raíles, encima del río, que toparte de bruces con los graffitis de los artistas locales. Todo se compra y todo se vende, hasta las perchas de los armarios y las mascotas. Por haber, hay hasta un centro comercial subterráneo que ya le gustaría a muchos de los que cuentan con iluminación natural. Por todo ello se puede decir que el Kiev profundo no está en los barrios periféricos, está en el metro, aunque no hay plano para turistas.

Como contraposición sirva todo el entramado que en la capital ucraniana se orquesta alrededor de las ferias. Ahí es donde te puedes encontrar con inventos, con soluciones y con reliquias por poco dinero. La policía de tráfico vigila sin descanso que no haya transporte no regulado de personas y mercancías rumbo a los centros de venta. En estos lugares se mercadea con casi todo. Con libros, con máquinas, con menaje y con textil, pero también con los recuerdos de otros tiempos. No es raro ver a veteranos de la guerra cambiar sus pertenencias de aquellos tiempos por la curiosidad de los que se convierten en sus nuevos dueños con solo unos billetes de por medio, que al cambio serían monedas y para eso pocas.

El tercer vértice del triángulo es toda esa gente que opta por ganar un sobresueldo vendiendo parte de sus cosechas. Instaladas a pie de carretera, en plena autovía, aparecen solitarias las carretillas y las cestas plagadas de coloridas frutas. Si las quieres no tienes más que echarte a un lado, detener el coche y hacer sonar el claxon. El vendedor saldrá de su casa y negociará contigo antes de cargártelo en el maletero.

El que quiera comprar, ya sabe lo que tiene que hacer. El cartel de “se vende” está colgado de cada puesto. El problema es que para muchos, el único cartel que cuenta es el de “no hay billetes”.

2 comentarios:

  1. Impresionantes crónicas, Roi.
    Realmente nos haces ver sin estar allí.
    Enhorabuena por este excelente trabajo.

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  2. La precisión en los relatos nos permite estar presente, durante los minutos de duración dela lectura o escucha, en esa desconocida realidad. No sé si estamos separados por "cien pasos de adulto"(como escribías en una crónica anterior", pero tengo la ilusión transitoria de estar compartiendo la silla contigo para escribir las crónicas, tal y como nos enseño esta profesión en la primera incursión en la sociedad marroquí. Un fuerte abrazo a lo dos.

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